La mañana del 26 de junio de 2002 encontró a los movimientos sociales en estado de alerta. Se esperaba una gran jornada de protestas en los accesos a la Ciudad de Buenos Aires y en el resto del país. Apenas habían pasado seis meses del Estado de sitio, la represión y la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. Las organizaciones piqueteras anunciaban que cortarían el Puente Pueyrredón y los funcionarios de seguridad le contestaban que la medida sería tomada como una acción “acción bélica”. Ese día, desde muy temprano, Darío Santillán (21), dirigente de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón, comenzó a recorrer los barrios de Lanús para ajustar las cuestiones de seguridad antes de marchar hacia el Puente Pueyrredón. La columna de Lanús salió hacia Avellaneda desde el barrio La Fe. Unos 23 kilómetros al sur, en Guernica otro grupo preparaba la partida. Salieron desde la Estación de Glew y llegaron temprano a Avellaneda. Uno de esos militantes de Guernica, Maximiliano Kosteki (25) se anotó junto a otros cuatro compañeros en las tareas de seguridad.
El gobierno nacional, a cargo de Eduardo Duhalde, elaboró un operativo récord. Por primera vez, actuarían las tres fuerzas federales de forma conjunta. La Gendarmería, la Prefectura y la Policía Federal se sumaron a la policía bonaerense; además de personal de inteligencia y brigadas de civil. Oficialmente, más de dos mil efectivos estaban desplegados en los ingresos a Capital. Extraoficialmente, en Avellaneda participaron muchos más agentes que los reconocidos por las autoridades. Según la investigación del MTD -publicada en el libro Darío y Maxi, dignidad piquetera– “formaron parte de la represión efectivos que no figuran en los reportes oficiales, de uniforme o vestidos de civil, incluso retirados de la policía convocados con anticipación. Miembros de las comisarías 2ª y 3ª de Avellaneda estuvieron presentes sin que quedara constancia en las planillas oficiales”.
Esa mañana, el Puente Pueyrredón estaba sitiado por agentes e infantes de todas las fuerzas. La Policía Federal se apostó del lado de Capital. La Gendarmería permaneció replegada a unas cuadras como reserva. La policía bonaerense bloqueaba las subidas al puente -salvo una, por la que avanzaron las columnas piqueteras- y custodiaba las avenidas Pavón y Mitre hasta la estación de trenes de Avellaneda.
A las 11.45, las columnas de la Aníbal Verón terminaron por ocupar la bajada del Puente Pueyrredón del lado de provincia. La avenida Pavón quedó completamente bloqueada. Los autos y los colectivos ya no podían pasar; el corte era efectivo y total. El clima se tensó. Los policías se cuadraron para avanzar.
Para ese momento -en el principal corte de jornada- había unos tres mil quinientos militantes que pertenecían a la Coordinadora Aníbal Verón, al Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) y a Barrios de Pie. El Bloque Piquetero estaba un poco más lejos del puente y recién subía por la avenida Mitre.
Pocos minutos después, el comisario mayor de la Bonaerense, Alfredo Fanchiotti, decidió separar a un reducido grupo de infantería para que vaya a meterse entre el Bloque Piquetero y la Aníbal Verón. De esta manera, quedaba una delgada línea de policías entre una columna de piqueteros y la otra. La tensión se respiraba. Los policías comenzaron a disparar; volaron los gases lacrimógenos. A punta de Itaka y balas de plomo, las columnas entraron en caos mientras se replegaban. La policía inició una cacería. Les militantes ya no se replegaban, solo podían escapar. Quienes lo conseguían.
Cuarenta minutos, a las 12.42, Maxi cayó de rodillas sobre la vereda de Pavón al 200, en la entrada al Carrefour. Parte de una lluvia de perdigones impactó en su pecho y en una pierna. “Me dio la yuta, me quema, llevame”, alcanzó a decirle a sus compañeres, que también estaban heridos.
La policía seguía disparando. Un militante del MTD, Héctor Fernández, agarró a Maxi del hombro y lo ayudo a caminar durante las tres cuadras que hay hasta la estación de Avellaneda, que se llenaba de militantes buscando refugio. Unos minutos después, Maxi agonizaba en el piso del hall cuando Darío Santillán entró a la estación junto a dos compañeros. “Llamen a la ambulancia, llamen a la ambulancia”, gritaron. A esa altura, sobre la avenida Pavón, los manifestantes corrían para protegerse pero la policía continuaba tirando gases y se escuchaban disparos. Un grupo de policías se separó y se dirigió hacia la estación. El comisario Fanchiotti iba al frente. Al ver a los policías entrar con las armas en la mano, varios de los militantes decidieron correr. Darío se quedó al lado de Maxi, junto a un compañero. El resto logró escapar en un tren que pasaba justo en ese momento. El grupo comandado por Fanchiotti ingresó a los gritos. Con él iban el cabo Alejandro Acosta, el principal Carlos Quevedo, el cabo Lorenzo Colman y el suboficial Marcelo de la Fuente. El comisario y el cabo le apuntaron a Darío y su compañero. Les gritaban que se fueran. El compañero de Darío corrió pero fue alcanzado por unas postas de goma. Entonces Darío se paró y a los pocos pasos recibió un balazo de plomo en la espalda. Los fotógrafos Pepe Mateos, del diario Clarín, y Sergio Kowalewski estaban en el lugar. Sus fotos serían claves para luego determinar las responsabilidades policiales y desbaratar el relato oficial que señalaba que los piqueteros se habían asesinado entre sí.
Cuando Maxi y Darío llegaron al Hospital Fiorito ya no había nada que hacer. Fueron los dos manifestantes asesinados en un operativo policial que se prolongó durante varias horas. Ese día hubo 160 detenidos, más de la mitad mujeres y menores de edad. Según un informe del hospital, durante ese día ingresaron 34 personas con impactos de balas de plomo.
Los canales de televisión salían en vivo desde la puerta del Fiorito. Apenas un rato después de los disparos en la estación, aún con la respiración agitada, el comisario mayor Fanchiotti improvisó una conferencia de prensa para justificar el accionar policial. Pero fue interrumpido por el trompazo de un militante indignado que había estado en la represión.
Cuatro años después, el Tribunal Oral número 7 de Lomas de Zamora sentenció a pena de prisión perpetua a Fanchiotti y a Acosta por los homicidios de Darío y Maxi. Fue la primera vez en la historia que la Justicia argentina condenó a un comisario mayor a perpetua por un crimen sin relación con la dictadura militar. Vega, Quevedo, de la Fuente, Sierra y Colman recibieron entre cuatro y dos años de prisión.
La mañana del 26 de junio de 2002 encontró a los movimientos sociales en estado de alerta. Se esperaba una gran jornada de protestas en los accesos a la Ciudad de Buenos Aires y en el resto del país. Apenas habían pasado seis meses del Estado de sitio, la represión y la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. Las organizaciones piqueteras anunciaban que cortarían el Puente Pueyrredón y los funcionarios de seguridad le contestaban que la medida sería tomada como una acción “acción bélica”. Ese día, desde muy temprano, Darío Santillán (21), dirigente de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados (CTD) Aníbal Verón, comenzó a recorrer los barrios de Lanús para ajustar las cuestiones de seguridad antes de marchar hacia el Puente Pueyrredón. La columna de Lanús salió hacia Avellaneda desde el barrio La Fe. Unos 23 kilómetros al sur, en Guernica otro grupo preparaba la partida. Salieron desde la Estación de Glew y llegaron temprano a Avellaneda. Uno de esos militantes de Guernica, Maximiliano Kosteki (25) se anotó junto a otros cuatro compañeros en las tareas de seguridad.
El gobierno nacional, a cargo de Eduardo Duhalde, elaboró un operativo récord. Por primera vez, actuarían las tres fuerzas federales de forma conjunta. La Gendarmería, la Prefectura y la Policía Federal se sumaron a la policía bonaerense; además de personal de inteligencia y brigadas de civil. Oficialmente, más de dos mil efectivos estaban desplegados en los ingresos a Capital. Extraoficialmente, en Avellaneda participaron muchos más agentes que los reconocidos por las autoridades. Según la investigación del MTD -publicada en el libro Darío y Maxi, dignidad piquetera– “formaron parte de la represión efectivos que no figuran en los reportes oficiales, de uniforme o vestidos de civil, incluso retirados de la policía convocados con anticipación. Miembros de las comisarías 2ª y 3ª de Avellaneda estuvieron presentes sin que quedara constancia en las planillas oficiales”.
Esa mañana, el Puente Pueyrredón estaba sitiado por agentes e infantes de todas las fuerzas. La Policía Federal se apostó del lado de Capital. La Gendarmería permaneció replegada a unas cuadras como reserva. La policía bonaerense bloqueaba las subidas al puente -salvo una, por la que avanzaron las columnas piqueteras- y custodiaba las avenidas Pavón y Mitre hasta la estación de trenes de Avellaneda.
A las 11.45, las columnas de la Aníbal Verón terminaron por ocupar la bajada del Puente Pueyrredón del lado de provincia. La avenida Pavón quedó completamente bloqueada. Los autos y los colectivos ya no podían pasar; el corte era efectivo y total. El clima se tensó. Los policías se cuadraron para avanzar.
Para ese momento -en el principal corte de jornada- había unos tres mil quinientos militantes que pertenecían a la Coordinadora Aníbal Verón, al Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) y a Barrios de Pie. El Bloque Piquetero estaba un poco más lejos del puente y recién subía por la avenida Mitre.
Pocos minutos después, el comisario mayor de la Bonaerense, Alfredo Fanchiotti, decidió separar a un reducido grupo de infantería para que vaya a meterse entre el Bloque Piquetero y la Aníbal Verón. De esta manera, quedaba una delgada línea de policías entre una columna de piqueteros y la otra. La tensión se respiraba. Los policías comenzaron a disparar; volaron los gases lacrimógenos. A punta de Itaka y balas de plomo, las columnas entraron en caos mientras se replegaban. La policía inició una cacería. Les militantes ya no se replegaban, solo podían escapar. Quienes lo conseguían.
Cuarenta minutos, a las 12.42, Maxi cayó de rodillas sobre la vereda de Pavón al 200, en la entrada al Carrefour. Parte de una lluvia de perdigones impactó en su pecho y en una pierna. “Me dio la yuta, me quema, llevame”, alcanzó a decirle a sus compañeres, que también estaban heridos.
La policía seguía disparando. Un militante del MTD, Héctor Fernández, agarró a Maxi del hombro y lo ayudo a caminar durante las tres cuadras que hay hasta la estación de Avellaneda, que se llenaba de militantes buscando refugio. Unos minutos después, Maxi agonizaba en el piso del hall cuando Darío Santillán entró a la estación junto a dos compañeros. “Llamen a la ambulancia, llamen a la ambulancia”, gritaron. A esa altura, sobre la avenida Pavón, los manifestantes corrían para protegerse pero la policía continuaba tirando gases y se escuchaban disparos. Un grupo de policías se separó y se dirigió hacia la estación. El comisario Fanchiotti iba al frente. Al ver a los policías entrar con las armas en la mano, varios de los militantes decidieron correr. Darío se quedó al lado de Maxi, junto a un compañero. El resto logró escapar en un tren que pasaba justo en ese momento. El grupo comandado por Fanchiotti ingresó a los gritos. Con él iban el cabo Alejandro Acosta, el principal Carlos Quevedo, el cabo Lorenzo Colman y el suboficial Marcelo de la Fuente. El comisario y el cabo le apuntaron a Darío y su compañero. Les gritaban que se fueran. El compañero de Darío corrió pero fue alcanzado por unas postas de goma. Entonces Darío se paró y a los pocos pasos recibió un balazo de plomo en la espalda. Los fotógrafos Pepe Mateos, del diario Clarín, y Sergio Kowalewski estaban en el lugar. Sus fotos serían claves para luego determinar las responsabilidades policiales y desbaratar el relato oficial que señalaba que los piqueteros se habían asesinado entre sí.
Cuando Maxi y Darío llegaron al Hospital Fiorito ya no había nada que hacer. Fueron los dos manifestantes asesinados en un operativo policial que se prolongó durante varias horas. Ese día hubo 160 detenidos, más de la mitad mujeres y menores de edad. Según un informe del hospital, durante ese día ingresaron 34 personas con impactos de balas de plomo.
Los canales de televisión salían en vivo desde la puerta del Fiorito. Apenas un rato después de los disparos en la estación, aún con la respiración agitada, el comisario mayor Fanchiotti improvisó una conferencia de prensa para justificar el accionar policial. Pero fue interrumpido por el trompazo de un militante indignado que había estado en la represión.
Cuatro años después, el Tribunal Oral número 7 de Lomas de Zamora sentenció a pena de prisión perpetua a Fanchiotti y a Acosta por los homicidios de Darío y Maxi. Fue la primera vez en la historia que la Justicia argentina condenó a un comisario mayor a perpetua por un crimen sin relación con la dictadura militar. Vega, Quevedo, de la Fuente, Sierra y Colman recibieron entre cuatro y dos años de prisión.